Me cautivó La academia de las musas porque, a diferencia de la mayoría de películas en cartelera, da que pensar. A primera vista, es una sencilla historia sobre la relación entre un profesor universitario de filología y sus alumnos, tanto en clase como fuera de ella. Sin embargo, es un experimento de difícil categorización: una especie de ficción que parece brotar del tejido mismo de la realidad, o quizás una serie de fragmentos documentales que se independizan de la realidad para formar su propia ficción. Se trata del mismo formato híbrido que viene practicando Guerin desde hace un tiempo, tan característico de su manera de hacer cine, y que en esta nueva obra alcanza una nueva cumbre, al casar de manera impecable su dispositivo formal con la corriente de pensamiento que lo sustenta.
De haber sido técnicamente posible, sin duda La academia de las musas habría podido surgir durante el Siglo de las Luces. Una obra iluminadora tan emocionalmente cercana como estimulante a nivel intelectual: que levante la mano quien no haya salido del cine con ganas de leer a Dante o estudiar filosofía o, simplemente, conversar sobre esos grandes temas que se escriben en mayúsculas, como el Arte y la Belleza y el Amor. No sólo invita a aprender, sino que nos incita a cuestionar las más elementales concepciones culturales o socioeconómicas por las que nos regimos, o a interrogarnos por el papel que juega en nuestras vida el amor por el saber o el saber amar.
Lo que en las manos inadecuadas podría haber sido un indigesto film de tesis, resulta a los mandos del barcelonés de la boina una fuente inagotable de discusiones. Podría describirse incluso con un adjetivo que no suelo utilizar a la ligera porque, en definitiva, pocas películas lo son: necesarias. En esta sociedad nuestra en la que todos tenemos prisa, la sobreabundancia de estímulos nos atonta y nuestra capacidad de atención se ha reducido a la longitud de un tuit o un capítulo de sitcom, La academia de las musas nos invita a desacelerar y pararse a pensar en algo más que las trivialidades de la rutina, a tener una conversación sobre poesía o contemplar la belleza de un bosque. Guerin, el muso, ha cumplido su propósito.