El hombre inventado, al despertar, se mira en el espejo del baño y sabe que en realidad no existe. Es una certeza absoluta pero efímera, similar a ese recuerdo perfecto del sueño que tenemos justo al despertar y se va diluyendo a lo largo de la mañana. Su certidumbre dura esos pocos segundos en los que se mira al espejo; cuando entra a la ducha se ha convertido en una impresión vaga; al salir de casa, ya sólo forma parte de la nebulosa imprecisa de un sueño que no tardará en olvidar.
A la mañana siguiente, cuando sus ojos temerosos le devuelvan la mirada desde el espejo, reaparecerá la misma certeza fugaz de su inexistencia, como ha sucedido todos los días de su vida anteriores a ese momento y seguirá sucediendo hasta el día de su muerte, cuando ya no le importe a nadie y dejen de inventarle.
El espejo le sonríe dejándose entelar por un vaho inventado
Me gustaLe gusta a 1 persona