Ficciones: Reinicio

Seis mil trescientos años después de la primera misión tripulada al espacio exterior, el hombre llegó por fin al último planeta del universo conocido. Los dos cosmonautas que allí tomaron tierra, tras las exploraciones de rigor y el consecuente parte a la base, descubrieron una profunda caverna en el principal macizo volcánico del planeta. Al poco de introducirse en la oscuridad de la gruta, sus sistemas de comunicación dejaron de funcionar. Sus focos e instrumentos respiratorios no dieron ningún problema, así que continuaron investigando. Recorrieron el monótono túnel rocoso durante más de media hora, adentrándose cada vez más en la negrura de la caverna. De repente, al tomar un recodo, algo a cierta distancia de ellos les devolvió el reflejo de sus focos. Aceleraron el paso, intrigados y no sin cierto temor. Dedujeron rápidamente que, fuera lo que fuese aquel material, era de una superficie considerable: allá donde enfocaran, siempre delante de ellos, el reflejo les era devuelto. Vislumbraban ya una enorme esfera de una sustancia transparente similar al cristal, pese a su aspecto gelatinoso y etéreo. Lo que sorprendió a los cosmonautas fue que, desde el interior de aquel extraño globo, un anciano les observaba. Tenía apariencia de ser humano pero, igual que su continente, parecía ser mucho más inestable y volátil de lo habitual. Los cosmonautas no daban crédito a sus ojos y se aproximaron a la esfera para examinarla. El anciano, con gran serenidad y firmeza, levantó lentamente su mano derecha, deteniendo con su gesto a los cosmonautas. Eso no será necesario, les dijo. Oyeron en su idioma la voz imponente y remota del anciano, si bien el movimiento de sus labios no encajaba con las palabras percibidas. Todavía parados junto a la esfera, los cosmonautas empezaron a hacerle preguntas atropelladamente. El anciano volvió a levantar su mano derecha, recorriendo la mitad del camino esta vez, y guardaron silencio. Habéis llegado, dijo el anciano. Los cosmonautas cruzaron sus miradas desconcertadas y observaron con asombro al ocupante de la esfera. Si estáis aquí, habéis llegado demasiado lejos. Es hora de volver a empezar, dijo el anciano. Los cosmonautas le miraban sin comprender nada, estupefactos. El anciano unió sus manos sobre el regazo y cerró los ojos. Pronunció unas palabras en una lengua ignota más antigua que el tiempo. Cuando terminó, se hizo la oscuridad. No quedó nada.

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