Ficciones: Como cada noche

Cenaban sentados a la deslucida mesa del lóbrego comedor, uno frente al otro, sus miradas concentradas en los respectivos platos. El televisor apagado, la conversación ausente, el piso en abrumador silencio. Él levantó la vista y advirtió el rostro abstraído de su mujer, llevándose la cuchara a la boca en un gesto mecánico. Su antaño perfecto y sonrosado cutis era ahora un valle de arrugas y manchas, cada señal de envejecimiento un paso atrás en el amor que les unió décadas atrás. Juntos se internaban lentamente en el ocaso de sus vidas, y juntos pretendían o sospechaban o tal vez temían llegar al final. Sin embargo, ya no había en aquellos ojos vidriosos ni un atisbo de ternura o pasión, mucho menos amor, algún lejano resquicio de cariño quizás, o más bien tradición, rutina. Era una mirada maquinal, impersonal y fría, punteada por el ocasional y ruidoso sorber de sopa que con fastidio quebraba el pesado silencio. Aquellos ojos apagados comenzaron a inquietarle, su fijeza y simulacro de vida recordándole la mirada vacía de una siniestra muñeca de porcelana.

El hombre, repentinamente turbado, dejó de comer y se preguntó quién era aquella mujer con la que compartía cama y techo. Sorprendido de sí mismo, cuestionó hasta qué punto la conocía, o si la conocía en absoluto. Sintió un escalofrío mientras ella seguía concentrada en su sopa, totalmente ajena a la mente errabunda de él. Tantos años de mutua compañía y de falso conocimiento, o más bien de ilusión de conocimiento, habían tejido un velo de apariencias que comenzaba a rasgarse de improviso. El hombre empezó a poner en duda toda su vida junto a aquella mujer, la familiaridad trabajada durante años convertida de repente en poco menos que un encantamiento de sus sentidos, y se estremeció.

La mujer, sintiéndose inusualmente observada, levantó la vista de su plato, deteniendo la cuchara a medio camino, la boca aún entreabierta. El hombre notó ahora la fijeza de aquellos ojos impenetrables, analizándole como venían de hacer los suyos con ella, quizás comprendiendo también o sólo intentando descifrar la mirada inquisitiva de su marido. Las cucharas permanecían detenidas en el aire en un gesto absurdo, ambos impertérritos, sus miradas encontrándose, hundiéndose una en la otra, el abismo de aquellos pozos desorbitados atrayendo sus vidas nimias, cayendo en una oscuridad cada vez más profunda.

El hombre no resistió y forzó una tos violentamente, llevándose una mano a la boca. Ella se sobresaltó, la calma reinante y la confluencia de sus miradas repentinamente quebradas por la flaqueza de él, el abismo que verdaderamente les unió por un momento desaparecido de sopetón. «¿Estás bien?», preguntó ella. «Sí, no es nada». Cada uno concentrado en su plato, siguieron cenando en silencio, como todas las noches de los últimos cuarenta y dos años.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s