Tim O’Brien, escritor en guerra

tim obrien«Generalizar sobre la guerra es como generalizar sobre la paz. Casi todo es cierto. Casi nada es cierto.»

El Tim O’Brien que partió hacia Vietnam no fue el mismo que regresó a casa trece meses después. Sólo volvió una cáscara, una sombra de lo que fue. Las ilusiones e ideas de futuro se quedaron en territorio vietcong, o se las comió el napalm. Igual que las almas de los que quedaron atrás, o lo que sea que haya ahí dentro. Quizá encuentren una nueva vida habitando un Mekong más rojizo que nunca, o se fundan con los lodos de los arrozales. No, dudo que algo tan cursi pueda suceder en una guerra. Probablemente se evaporen, sin más. 

«Incluso en plena jungla, donde había infinidad de modos de morir, la guerra era aburrida de un modo agresivo y sin paliativos».

Pasas días y días haciendo guardia en un cenagal bajo un sol abrasador, vigilando a no sabes exactamente quién, con veinte kilos de equipamiento militar encima que esperas no tener que usar aun sabiendo que lo harás, rezando para que algún iluminado de las altas esferas detenga milagrosamente la guerra, aunque en el fondo sabes que eso es imposible, una guerra no se para nunca, sino que implosiona sobre sí misma y persiste hasta que ha arrasado con todo. Para la Guerra no hay bandos, no hay motivos, no hay tácticas, sólo sangre, fuego, sudor, barro, mierda.

Ser soldado también puede ser increíblemente aburrido. Muchas horas de vigilancia absurda (si esto es una guerra de verdad, ¿a qué esperamos para atacar? Y si no, ¿qué coño hacemos aquí?), controlando los tediosos movimientos de otros soldados igual de aburridos y perdidos que tú, aunque probablemente más asustados: recuerda que tú les has invadido a ellos. Pasa una semana y todo sigue igual, excepto tu cuerpo: la poca piel expuesta al sol está ya achicharrada, o llena de picaduras de mosquito, las piernas te pesan como si fueran de mármol. Tu mente aletargada está cada vez más lejos de ti, el cansancio acumulado por dormir poco y mal empieza a jugarte malas pasadas. Crees que en cualquier momento puedes morir de cansancio o insolación o aburrimiento y, de repente, pum, tiro en la cabeza, bye bye Nam.

«Lo malo nunca deja de acontecer: vive en su propia dimensión, repitiéndose una y otra vez».

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[Citas extraídas de «Las cosas que llevaban los hombres que lucharon» de Tim O’Brien. Ed. Anagrama, 1993. Traducción de Elvio E. Gandolfo]

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